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11 abril 2014

El castillo de la pureza - Arturo Ripstein (1972)




Para ser moral basta proponértelo; para ser inmoral hay que poseer condiciones especiales.
Enrique Jardiel Poncela


El protagonista de esta historia, Gabriel Lima (Daniel Brook), tiraniza a su familia para que no tenga contacto con el corrupto mundo exterior. Los ha mantenido retenidos en casa durante 18 años. Su esposa Beatriz (Rita Macedo) y sus hijos Utopía (Diana Bracho), Porvenir (Arturo Beristáin) y la pequeña Voluntad (Glady Bermejo), sufren no solo el encierro sino un maltrato cruel y despiadado por parte de Gabriel, que subsana —en pocas ocasiones— con una fugaz y falsa dulzura, debido a su comportamiento bipolar. Llegan al inteligible extremo de tenerle miedo. Hipocresía de alto tenor, pues él cuando sale de casa a vender el raticida que fabrican sus hijos, se convierte en un libertino, de tal talante que acosa a las jóvenes y frecuenta prostíbulos. Fuera de casa tiene un comportamiento muy distinto al Gabriel padre de familia, moralista en dañino exceso, capaz de penalizar a sus hijos y regañarlos brutalmente por cualquier nimio motivo. Igual es con la esposa. Cuando tiene algún ataque de ira incontrolable encierra a los hijos en calabozos especiales que tiene para cada uno. Una cárcel dentro de la cárcel. Una especie de «caverna platónica» dentro de otra «caverna platónica». Vigila todos los cuartos a través de un ladrillo removible antes de ir a cama. También el cuarto de la esposa, pues duermen separados. Sin embargo, al final vence la razón y el tirano descarnado cae por su propio peso. Este filme está basado en un hecho real ocurrido en México entre finales de los años 40 y los años 50[1].


Beatriz y Utopía


La película está muy bien realizada y constituye una pieza fundamental de la filmografía de Arturo Ripstein, importante cineasta azteca. El montaje, la actuación y la cinematografía son excelentes, y la escenografía extraordinaria. Hay varios elementos que hacen recordar otras cintas: la insistente lluvia no solo recuerda a Macondo, también a Rashōmon (Akira Kurosawa, 1950); el encierro de la familia recuerda a El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), entre otras escenas que se nos antojan rememoraciones.

Respecto a Gabriel, podemos asegurar que es uno de los personajes más repugnantes del cine, al menos del cine mexicano. De nada le sirve leer a los grandes filósofos. Recuerda al déspota guardia civil de El laberinto del fauno, si bien este no es un asesino. Sus retroactivos celos recuerdan a Francisco, protagonista del film Él de Luis Buñuel, director con el cual trabajó Arturo Ripstein como asistente en El ángel exterminador. Su patológica neurosis y el miedo a que su familia se pervierta con el mundano exterior lo hacen llegar al extremo de, entre otras cosas, tener tres calabozos para castigar a los hijos; vituperar al menor gesto o frase de sus hijos o de su esposa; castigarlos física y sicológicamente; tener una especie de cátedra en el sitio de reunión de la familia, de manera que él queda en un nivel superior al resto; espiarlos en sus cuartos; tratarlos como esclavos. Incluso le corta el cabello a su hija cuando es objeto de las alabanzas de un visitante. En fin, siente y hace saber que esa casa (que no hogar) es su feudo, en el que puede ser un tirano despiadado, mientras que en el exterior es un pecador como el que más. Fachada frente a su familia, una triste y vana fachada de moralidad con la que esconde su inmundicia. Llevó la máxima rousseauniana de la pureza del individuo y la corrupción de la sociedad que lo envuelve al extremo, pero no aplicó las técnicas emilianas del pensador francés para educarlos. De lecturas sesgadas de grandes filósofos muchos han hecho de las suyas, entre los que destacan los aberrantes nazis.


Moral sin razón

Gabriel esconde inmoralidad y moralidad de acuerdo a su conveniencia; eso lo hace mucha gente. Pero no todos tratan inhumana e indignamente a los de su sangre. Es evidente que no es una persona que está en su sano juicio. Solo manifiesta un comportamiento humano cuando un hijo o su esposa muestran debilidad a punto de sollozo. Esto nos recuerda que los códigos morales, si bien nacidos de las costumbres y tradiciones, conforman un cuerpo de preceptos que normalmente están respaldados por la razón, por esa capacidad de análisis propia del ser humano. Por el mismo hecho de estar avalados por la razón, se supone que estos preceptos sean seguidos por los seres racionales, pero no se espera que los sigan los irracionales, ni siquiera los arracionales. Y he aquí que uno se pregunta qué tan razonable —y moral— es una persona cuyo estado mental pasa de una normalidad volátil e inestable al estrato más bajo de perversa aberración y viceversa, en un súbito estallido de fracciones de segundo. Es fácil aceptar que, en estados alterados, los códigos morales, la ética, las buenas maneras, se van al traste. El individuo no muestra ningún respeto por los derechos humanos, ni trato digno, ni siquiera una mínima cortesía. Su inmoralidad es mayúscula tanto en el seno familiar como extra muros. Es una persona absolutamente inmoral.


Calabozo «familiar»


Estocolmo en México

En los sistemas totalitarios de dominación, el Leviatán, el Stalin, el Gabriel, ejercen tan férreo control sobre el pueblo (habría que decir súbditos) que genera una dependencia de éste hacia aquél. Estos tiranos se mantienen en el poder gracias a la sumisión esclava y a la dependencia del pueblo, que lo considera no solo el jefe supremo sino el gran dador de todos los bienes que necesitan: comida, salud, educación, trabajo, entretenimiento, y sexo insípido en el caso de Beatriz. Al final del filme, la dependencia que tienen los hijos y Beatriz de Gabriel, aflora dolorosamente tal como en el caso de la vida real que sirvió de base al filme. ¿Qué haremos sin Stalin? ¿Qué haremos ahora sin Mr. Leviatán? Esa orfandad que sienten los cautivos ante la ausencia del padre protector y proveedor indica la minusvalía en la que él los hundió. Y es sintomático en países conformados por pueblos no autónomos ni autárquicos, al igual que la familia Lima. Cuando mataron a Kennedy en 1963, la sociedad norteamericana sintió pesar y dolor por el hecho, pero no se sintió huérfana. Sin embargo, cuando murió Tito, por ejemplo, el pueblo sí se sintió a la deriva, cayendo al vacío; y su muerte ocasionó nada menos que la desintegración de un país entero. El proceder del tirano, consciente o inconscientemente, es el que causa esa enferma dependencia que anula al individuo. El pesar de los hijos y de Beatriz no se reduce a lo sentimental, que es algo natural, sino que también refiere a la dependencia económica y social, pues ellos conforman su tapiado y pequeño mundo, y la falta del padre es motivo de colapso. Se les arrebató al único ser que los defendía del corrompido exterior, el padre proveedor y protector. Aparece, entonces, el miedo a lo desconocido: se sienten impotentes para enfrentar la vida en un mundo que les es ajeno. Pero esa carencia fue ocasionada por el mismo Gabriel, a través de la infranqueable muralla que construyó alrededor de ellos en nombre de la pureza, de la asepsia moral.


El castillo del tedio

En tan monótono y rutinario ambiente, los ratos de descanso, milimétricamente mesurados por el despótico padre patrón, cronómetro en mano, lo invierten los niños en el entretenimiento minimalista, consistente en juegos infantiles, algunos de manos, y el gozo de mojarse bajo la insistente lluvia, uno de los escasos elementos exógenos que penetran en su casta vida; lluvia que, si bien reduce aún más el espacio, también hace más intimista el ambiente de retiro. El llegar de la pubertad de Utopía y Porvenir, el cambio de sus cuerpos, la emergencia de las hormonas, los juegos de manos del descanso y el aislamiento extremo, los lleva a un previsible intento de incesto, brutalmente castigado por Gabriel. Es el momento más intenso de la película. A partir de entonces, la severidad de Gabriel para con su familia será aún mayor, y la monotonía será la misma.

Se pueden diferenciar más temas en esta rica película: la mal llamada «violencia de género», la explotación infantil, el maltrato animal (aunque es contra las ratas), y otros. Como todas las películas que invitan a pensar, es el espectador el que, en última instancia, interpreta los diversos ingredientes argumentales de acuerdo a su propio gusto o a su experiencia.

Arturo Ripstein ha llevado a la pantalla un caso de comportamiento anómalo in extremis, en el que una aparente moralidad sirve para cubrir la inmoralidad subyacente. Es la hipocresía que vemos por doquier en nuestro mundo, si bien en su caso es causal de violencia en el seno familiar. Excelente película del país hispanoamericano más prolífico en cine.


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Proyecto El chico

En 2007 realizamos un proyecto en ambiente Web 2.0: traducir la película -en dominio público- El Chico, de Charlie Chaplin (1921), a diversas lenguas. Inicialmente en Google Video se tradujo a 26 lenguas, 4 de ellas por humanos: 3 por colaboradores de Portugal, Francia e Italia, y el autor de este blog. Las demás lenguas se tradujeron vía traductores online, la mayoría a través de Translate Google. Ahora la película está en YouTube, con intertítulos en 12 lenguas. Más información sobre este proyecto en este enlace. Ver la película en YouTube.

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